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sábado, 10 de diciembre de 2016

Los Caídos en la Oscuridad: Capítulo 1 — Mal Presagio

¡Hola, todos!  Bienvenidos de nuevo a mi Blog. He aquí el primer capitulo de la historia de la cual lance el prologo hace unos meses (perdonen la tardanza). El capitulo es algo largo ya que aquí esta todo dentro de una entrada, pero también lo pueden encontrar en Wattpad en partes.

Aquí el link: Los Caidos en la Oscuridad 1: Destinos Cruzados (Wattpad)


Espero que lo disfruten y que me comenten que les parece la historia XD


Primera Parte: 
Por el Camino Marchito 



<<Tres almas destruidas, tres almas perdidas;
tres almas que solo atisban sospechas en sus vidas;
tres almas y una mas para formar La Trinidad.
Tres almas con deseos olvidados, tres almas con suspiros atrapados:
tres almas y una senda que ya han empezado a atravesar;
entre lazos de hierba vueltos cenizas y muertas espinas,
por el camino marchito dan pasos a la oscuridad.>>



Capítulo 1: Mal Presagio



No era fe. Era arte. El arte de una fe olvidada, el arte de una fe negada.                                                                         —Anne Rice. La Hora del Ángel.
Lunes, 16 de julio del 2012

1
La verdad suele ser incierta, todo depende de con que cristal se mire o al menos eso es lo que dicen. Arimaz, no podía hallarse más alejada de la efímera verdad. Porque esa sensación que discurría en su interior, inquietándola, no eran ansias. Era miedo, uno cerval y primitivo del cual solo era capaz de percibir muy poco desde los umbrales dormidos de su mente.
Le costaba admitirlo, pero estaba tan eufórica como nunca antes lo había estado en aquella situación y eso no estaba del todo bien. Eran aquella clases de precipitadas emociones las que acababan arruinándolo todo si te dejabas controlar por ellas, lo sabía muy bien, por eso se refrenaba; al menos así era como su mente era capaz de procesar el miedo, disfrazándolo de sana precaución.
Tenía que detenerse, dejar de ver de un lado al otro, inconscientemente en busca de algo que la distrajera, pero cada vez que fijaba su vista en la blancura del lienzo, alguna maldita fibra en su interior se retorcía evitando que se concentrara. Era el instinto advirtiéndole, luchando contra el encasquetado deseo de plasmar aquella imagen, de convertir a la idea en un hecho. 
Si, tanto entusiasmo nunca era bueno, pensó. Solo tenía que nivelar sus emociones, tener autocontrol sobre sí misma, se decía inhalando profundamente en busca de la determinación necesaria. No la consiguió. Al exhalar se encontró con sus ojos vagando nuevamente por toda la habitación.
Entre los dedos de la mano derecha, Arimaz hacia girar un pincel con la destreza de quien llevaba años haciéndolo, una paleta con la escala de grises se balanceaba precariamente en su otra mano. La larga cabellera de un color castaño oscuro estaba recogida en un moño alto sujeto con varias horquillas por precaución a que esta se tiñera con la pintura accidentalmente —ya le había pasado antes con un óleo verde y no había sido nada placentero restregarse aquel mechón de cabello durante horas en la ducha—. Estaba lista para pintar, pero en lugar de ponerse manos a la obra se dio un tour a si misma por el lugar.
 Recorrió con la vista, lentamente, las enormes estanterías que ocupaban las paredes a sus costados, atiborradas de distintos materiales que descansaban a la espera de ser utilizados, junto con algunas manualidades que había realizado en su tiempo de ocio. Dio un giro de ciento ochenta grados sobre sus talones y sus ojos repasaron con exactitud cada cuadro que ocupaba la pared. Interiormente sopesaba la idea de ir a la cocina y servirse un tazón de cereal con un poco de leche, tal vez le ayudara a relajarse llenar el estómago, a pesar de que no tenía hambre. Descarto la idea, observando con más detalle los cuadros que más alto colgaban, los que más orgullosa la hacían sentir y que tanta euforia le habían inspirado a la hora de realizarlos (aunque comparado con lo que sentía actualmente, aquella “euforia” quedaba minimizada a una emoción tan mínima que muy bien la podrían haber llamado Daria Morgenstern), eran su top cinco:
En último lugar, estaba una bella playa del caribe vista a través de las finas hojas de una palmera, los tonos violáceos del atardecer destacaban al rebotar su luz sobre tranquilas aguas saladas, en las que un navío español del siglo XVI fondeaba oscuro e intimidante; el nombre de El  Leviatán se leía en letras negras y doradas sobre la popa. La cuarta posición era para una escena en la cual se podía apreciar a una indígena de espalda, tensando con brazos de piel acaramelada, una flecha en un arco rústicamente tallado, la punta de la flecha hecha de una piedra lisa tan afilada como cuchillo, apuntaba a una figura agazapada, como un animal de gran tamaño oculto entre la maleza. En el tercer puesto, un hombre indígena que no parecía rebasar los veinticinco años de edad, de espalda ancha y buen físico, moldeaba minuciosamente una figura en arcilla, sentado sobre un rustico taburete en medio de una choza destrozada que ardía en llamas, el humo que lo envolvía le daba un aspecto fantasmagórico a su tranquila postura, como si no temiera al fuego que todo lo devoraba. En el penúltimo lugar, se hallaba una escena majestuosa en la que un grupo de mujeres indígenas danzaban semidesnudas alrededor de una fogata, las estrellas brillaban intensamente en el cielo torneando plateada la arena sobre la que danzaban, cubierta por pétalos de flores silvestres, las llamas describían sus siluetas y hacían destellar los collares de concha de mar en sus cuellos, como un firmamento terrenal. Todas aquellas obras habían formado parte del proyecto final de su clase la semana pasada, aunque las había ido pintando desde octavo de secundaria.
En el suelo, recostado en una esquina entre un estante y la pared,  estaba el primer lugar, un retrato familiar que había terminado hace unos días y que había implicado todo un reto realizar. A la cabeza estaba Julieth, su madre, mirando al frente provocativa con una ceja enarcada bastante graciosa, con los gemelos Lionel y Tina a cada lado besando sus mejillas y en el medio cerrando una especie de círculo, Arimaz y Leafar sonreían abrazados, haciéndose muecas; se suponía que este estuviera lo más alto posible pero Julieth le había pedido que lo descolgara para colocarlo en la sala de estar, mientras en una ligera insinuación le volvía a plantear la maravillosa idea de hacer una pequeña exposición, a lo que Arimaz había respondido con un dudoso asentimiento. No es que no deseara que nadie viera sus cuadros, solo no se sentía preparada aun para ello, pero algún día llegaría el momento.
Arimaz efectuó otro giro de ciento ochenta grados y término donde había empezado, frente al lienzo, solo una mirada a este basto para que aquella fibra se retorciera de nuevo, impacientándola.
Un poco más allá de la tela en el caballete estaba la última pared, frente a la cual siempre pintaba, debido a una manía suya. Era solo un mural blanco completamente vacío, interrumpido en lo alto por una larga hendidura que hacía las veces de ventana, por donde irrumpía la claridad, iluminando poco debido al ángulo oblicuo del cristal pero lo suficiente como para bordear suavemente el contorno de cada objeto a su alrededor y destacar la blancura del lienzo al darle de lleno algunos rayos de sol que esparcían un laberinto de sombras por toda la estancia. Era mejor pintar bajo una luz natural, le daba un aspecto más espontaneo a la obra que se realizaba. 
De pronto sintió que había demasiado silencio, tal vez si colocaba un poco de música desde su celular… no, eso no haría más que distraerla más de lo que ya estaba. Pasaron unos segundos de indecisión, en los que sus ojos revolotearon sin encontrar nada más que observar y finalmente decidió tratar de tomar al toro por los cachos. Le dirigió una mirada asesina al inexpresable lienzo, la sublime advertencia no se hizo esperar, pero ella la ignoro por completo.
Respiro profundo, sostuvo el aire y exhalo despacio, igual que si meditara, relajo sus hombros, deshaciéndose de cada emoción que estorbara en su camino, hasta sentirse más liviana, sin tantas cargas ni presiones autoimpuestas. No quería arriesgarse a romper la calma, así que hizo gala de su pequeño truco por el cual siempre pintaba frente a la pared en blanco.
Enfoco la vista en la pared. Explayándose en la blancura como si nada más existiera, fue cerrando sus parpados, convirtiéndolos en finas rendijas a medida que se concentraba. Cerró los ojos y sus pensamientos se proyectaron a través de sus recuerdos, extrayendo de ellos el único fragmento que conservaba en su memoria del sueño que había tenido en la madrugada. Al levantarse de su descanso, la escena había quedado retenida en su mente opacando a cualquier otro pensamiento, no fue difícil recordarla. Pero una leve punzada de dolor le aguijoneo las sienes cuando consiguió tenerla en mente, se forzó a mantener la abstracta imagen allí durante el mayor tiempo posible, incluso sobre el dolor que esta le provocaba, mientras detallaba cada borde, curvatura, profundidad, bifurcación, sombra y tonalidad que la conformaba. Absorbía su esencia y luego imaginaba como esta se esparcía sobre la pared en blanco.
El iris marrón de sus ojos como chocolate emitió un nimio brillo al abrirse. No veía ya blanco sobre la pared, observaba su recuerdo sin verlo. Las luces de su consciente se desenfocaron ante aquello.
La imagen era inestable, parecía desmenuzada, pero fascinaba ver su brillo errante y el movimiento de sus líneas parecido a la hipnotizante danza de la cobra justo antes de atacar, incluso parecía emitir un leve zumbido como el siseo de un cascabel que le recordó como se había sentido dentro del sueño al contemplarla con plena conciencia. Había deseado tocarla, hundirse y perderse en ella.
En su interior, el miedo, aquella turbia alerta, era relegado a un lado donde solo una parte de sí misma podía sentirlo, una parte que no estaba en aquella habitación, sino que sin sospecharlo, se hallaba tanteando lo desconocido en un lugar más oscuro.
Nunca fue completamente consciente de que había comenzado a pintar. Observar aquella inefable imagen tan esplendida como la epifanía de todos los santos, hizo que la asaltara un éxtasis que adormilaba sus sentidos y hacia danzar con más gracia y agilidad de la que ella poseía al pincel sobre el lienzo, describiendo largas y retorcidas formas negras, deteniéndose durante breves momentos en los que la pintura corría y adquiría forma por sí sola, cambiando de pincel hasta dar con el adecuado y abandonando una tonalidad para entregarse a otra.
Lo que sentía, era la misma sensación liberadora que siempre le producía el pintar sin precauciones. El regocijo de no tener lineamientos que seguir; solo que elevada a la máxima potencia. En algún rincón de su mente se dijo que sus pinceladas versaban sobre la libertad.
Arimaz estaba envuelta en una vertiginosa danza, en donde sin saberlo estaba cruzando un límite con aquellos trazos. Sin saberlo ejecutaba sus pasos sobre una enorme telaraña donde ella era la presa.

2
Leafar Alexander Onacram, el segundo de cuatro hermanos, despertó más temprano que Arimaz esa mañana. Cogió los lentes de la mesa de noche y salió de su habitación dando un bostezo, a tiempo para ver partir a sus hermanos gemelos, Lionel y Tina, con su madre a la fiesta de cierre del año escolar, cuyo motivo era de disfraces, adivino Leafar al ver a Lionel como un pequeño oso pardo y a Tina como un tarro de miel. Era chistoso verlos correr uno tras otro.
Luego de saludar a su madre que iba de un lado a otro asegurándose de que nada faltara, se despidió de ellos y minutos más tarde pasó frente a la habitación de Arimaz de donde no salía el mínimo rastro de luz por la rendija de la puerta y una puerta más allá, su santuario seguía cerrado con llave, todo indicaba que seguía durmiendo, lo cual no era extraño en ella.
Atravesó la sala de estar donde las cortinas estaban corridas aun sobre el gran ventanal pero las luces incandescentes iluminaban todo el lugar y llego a la cocina. Luego de estudiar la despensa, se decantó por un desayuno rápido. Minutos más tarde, cruzaba nuevamente la sala de estar de regreso a su habitación con un tazón de cereal con leche en manos. Se detuvo un momento lanzando una mirada a la caja de los fusibles, intentando decidirse si encender o no el aire acondicionado. No hacía mucho calor, pero no se atrevía a apostar que siguiera siendo así dentro de unas horas. Siguió su camino pensando que muy bien, Arimaz podría encenderlo en cuanto despertara, eso o abrir las ventanas.
Una vez de regreso a su cueva, se acabó los cereales con rapidez pasando los canales en la TV, sin conseguir nada interesante. Dejo el tazón vacío a un lado de la cama y como cualquier chico de quince años, se dio en la tarea de aprovechar su primer día de vacaciones de la manera más educativa posible, videojuegos. Durante algo más de una hora, centro toda su atención en pasar la séptima misión de un juego de la segunda guerra mundial en la Xbox. Cuando fracasó rotundamente por quinta vez, lanzo el control de mando a un lado y sin preocuparse en apagar el televisor, se volvió a meter entre la comodidad de las sabanas y se abandonó de nuevo al placer del descanso. Después de los últimos días de estudio se podía recompensar con algo de sana pereza.
Una suave corriente eléctrica le recorrió los brazos y el pecho antes de cerrar los ojos. Un soplo gélido cayó sobre su frente en el instante en que se quedó dormido.
Sintió que habían pasado horas cuando volvió a despertar, esta vez sintiéndose tan rebosante de energía, que creía ser capaz de ganar un triatlón sin transpirar una sola gota de cansancio.
Su habitación está sumida en una oscuridad que vislumbraba borrosa y empañada sin los lentes. Aparto las sabanas reparando en el televisor apagado, quizás se había auto-apagado luego de un rato, pensó al salir de la cama casi en un salto y a ciegas tanteo automáticamente la superficie de la mesa de noche hasta dar con los lentes. Una vez que se hizo con ellos froto los cristales rectangulares y se los coloco, pero aun después de hacerlo, las siluetas de los objetos que lograba adivinar a través de la penumbra seguían manteniendo una evidente inconsistencia.
No le hizo falta encender la luz para llegar hasta la puerta, recordaba haber dormido en aquella habitación desde que tenía uso de razón, si tan solo hubiera encendido la luz, se hubiera percatado de que algo iba mal. Se extrañó cuando la puerta ofreció resistencia para abrirse, pero tras usar un poco de fuerza cedió dando un agudo chirrido como si los goznes estuvieran oxidados. Ciertamente debería haberse sorprendido ante lo que había del otro lado de la puerta, pero Leafar no se inmuto, por más energía que rebosara su cuerpo, su mente trabajaba a paso pesado. En algún nivel subterráneo de ella tuvo la vaga certeza de estar soñando, pero la idea no llego a tomar la suficiente solidez como para que pudiera advertirla.
En donde debería haber estado el familiar pasillo que se extendía en ambas direcciones (comunicando al lavabo y el patio en una, y a la sala y resto de habitación en la otra), reinaba una acuosa oscuridad infinita.
Contemplar la espesa negrura solo logro remover la curiosidad en su perezosa mente, percibiendo el hecho como si tan solo hubiera sido un jarrón que se cambia de lugar o un mueble que se coloca en una posición distinta a la usual.
Estuvo a punto de frotar los cristales nuevamente, atribuyendo lo que observaba a una gran mancha en los cristales —no sería la primera vez que le ocurría—, pero fue entonces cuando sus oídos consiguieron captar el ligero zumbido que viajaba en el aire como un sonido de baja frecuencia. Dos segundos más tarde, como si solo hubieran estado desenfocados, aparecieron ante su vista flotando e inmóviles en la oscuridad, un sinfín de trozos de cristal un poco más grandes que la palma de su mano; los noto de una solidez sorpréndete, casi como si estuvieran hechos de un hielo inmortal comparado con lo caldoso de la noche eterna que adornaban.  
Con tan solo observarlos, una diminuta parte de la superficie de su mente se avivo y supo que hasta hace poco, aquellos pedazos irregulares e ingrávidos habían sido parte de enormes espejos, bordeados con una intensa luz dorada que semejaba hermosos marcos de oro líquido; y de una manera más profunda y dolorosamente distante, supo que hasta hace poco una extraña criatura se había visto reflejada en ellos antes de que hubieran sido destruidos. Una criatura que había estado acompañada por alguien que él conocía, pero cuyo nombre, absurdamente, no conseguía evocar.
Antes incluso de que Leafar pudiera percatarse de ello, sus pies se deslizaron como autómatas sobre un suelo inexistente, haciéndolo pasar entre los fragmentos de los espejos que poco a poco le empezaron  a devolver un fraccionado reflejo de sí mismo, superpuesto a una casi imperceptible corriente de luz dorada de la cual alcanzo a percibir un diminuto destello.
Con cada paso que avanzaba el zumbido en sus oídos aumentaba, hasta que en un momento impreciso se convirtió en un rumor muy parecido al de las olas estrellándose a la orilla de una playa. Su mente embobada se dejó acariciar por el sonido burbujeante de las olas mientras que una fuerza mayor cubría todo su cuerpo sutilmente como una brizna de lluvia, despojándolo de todo el peso que alguna vez llego a poseer y desprendiéndolo en ínfimas partes que libres de restricciones, flotaron como finas láminas de cristal. Se había transformado en un espejo de sí mismo cuyo reflejo se había roto.
El rumor de las olas ascendió dando paso a una multitud de susurros rápidos e ininteligibles. Los cristales como si percibieran la alteración que ocurría en su ambiente, salieron de su quietud como el activar de una alarma y comenzaron a girar a su alrededor, primero lentamente en un suave divagar y luego más rápido orbitando como trompos.
Leafar se hallaba embelesado por la magnífica percepción de ser muchos en lugar de uno y el que todos los que él era giraran rápidamente solo le agregaba una chispa de diversión a aquella sensación única. Giraba en aquel espacio basto como si fuera un planeta, una galaxia, todo un universo. De existir un Dios omnipresente, es así como debe de sentirse, estando en todos los lugares pero sin acabar de hallarse en alguno, pensó de pronto como si con aquella velocidad de gravedad bajo cero, hubiera podido encontrar su propia voz dentro de su mente que se mantenía unificada.
Era extraño, mantener una sola línea de pensamiento al no ser uno solo. Divirtiéndose como si se tratara de cualquier otro juego, una simple atracción en un parque de diversiones; quiso saber si su mente era capaz de fragmentarse al igual que su cuerpo, pero antes de que pudiera hacerlo el pensamiento se introdujo veloz en su centro de atención. Murmuró las palabras justo antes de que los giros dejaran de ser tan fascinantes y divertidos.  Arimaz, ella… no cree en Dios.
Sus labios formaron la última palabra de su pensamiento, muda y sin vida en aquel vacío. Y los cristales giraron a una velocidad de vértigo, descontrolados como si hubieran escuchado sus palabras, salieron de sus orbitas y comenzaron a chocar unos con otros en violentos encuentros destellantes que prorrumpían en explosiones a su alrededor. No paso mucho tiempo antes de que sintiera el primer choque con una lucidez hiriente por sí misma. El ardor frio y lacerante de una cortada surcándole una rodilla, le hizo soltar un breve gruñido que se convirtió raudamente en un áspero grito al sentir como un filo le rasgaba algo que identifico como su antebrazo izquierdo, seguido de otro más que le arranco parte de el omoplato derecho.
Espasmos acompañaron el dolor ardiente como fuego frio de cada colisión. Las cortadas se extendieron ávidamente por todo su piel, diluyendo su percepción múltiple, aturdiéndole y dejándole con la vista cada vez más desenfocada. Si alguna vez llego a tener algo de control sobre sí mismo, lo perdió por completo en ese instante.
Lo que había sido una multitud de susurros, remonto el dolor que nublaba su mente, elevándose de golpe como si aquella tortura los intensificara, hasta convertirse en un sin fin de voces muy familiares que gritaban desesperadas unas sobre otras, casi como si les urgiera advertirle algo, pero las palabras se confundían en un embrollo imposible de comprender.
Un cristal se aproximaba a toda velocidad por su derecha, iba a colisionar contra él con una fuerza descomunal, lo sabía. Justo antes del choque otro cristal lo golpeo por detrás, desgarrando la carne a mitad de su espalda —dolorosamente cerca de la columna vertebral— y mandándolo despedido fuera de la vía del cristal que se acercaba violentamente. Giro de nuevo conducido por la inercia y se encontró de frente con el golpe de otros dos cristales. Fue como estar en medio del estallido de un fuego artificial que revienta en un mar de llamas oscuras.
La onda del impacto le resto velocidad a sus giros y lo alejo todavía más. Leafar pudo observar su entorno con las heridas escociéndole. Se sorprendió al  ver que los cristales no se destruían al chocar sino que en su lugar se unían, luego de observar con un poco más de detenimiento, advirtió que tampoco se desplazaban aleatoriamente, sino que como trozos de metal guiados por imanes, atravesaban la oscuridad hacia una especie de cristal sin brillo que aumentaba de tamaño rápidamente tomando una forma humanoide.
Su boca se abrió en un grito ahogado cuando otra pieza le rasgó la piel de la axila, echo un vistazo en esa dirección casi morbosamente esperando ver el corte y quedo pasmado al observar como la sangre de un rojo oscuro que salía de la herida se extendía. La sangre se tornaba en un color más claro,  la sangre se convertía en su propio brazo. Estupefacto, detallo el resto de las heridas que más le dolían, en todas sucedía lo mismo. Pronto su cuerpo comenzó a cobrar forma y adquirir peso vertiginosamente. Algo en el proceso hizo que toda su mente se sacudiera. Su consciente despertó de golpe como un incendio.
La oscuridad en la que flotaba pareció saltarle a la vista de una manera aterradora, el miedo a lo desconocido discurrió por sus venas hasta fundirse en sus huesos y un espantoso frio atenazo sus sentidos. La respiración se le entrecorto como si no consiguiera inhalar el suficiente oxígeno, pero fue peor saber que lo habían despojado de una parte de sí mismo, lo sintió en sus huesos y sobre su piel, algo le faltaba… y algo maligno se acercaba.
Las voces se volvieron insoportablemente lentas, como una pista de audio modificada, el sonido se le metió en la cabeza haciendo que los oídos le palpitaran convulsamente. El impulso de la velocidad se desvanecía. Leafar daba un último giro angustiosamente lento, dejaba de flotar y los pies descalzos rozaban un suelo que no existía a su vista. Sabía que había algo a su espalda y no estaba seguro de querer saber que era. No podía aguantar el suspenso, quería que todo acabara de una vez.
Cuando el giro termino, las voces callaron y, el silencio, frágil y tenebroso se adueñó del vacío. Entonces lo vio. Era un chico, un doble suyo, casi se podía decir que eran gemelos de no ser por algunas diferencias. Leafar no era gordo, tampoco escuálido, pero si un tanto larguirucho, en cambio el otro chico estaba excesivamente flaco como si estuviera en la fase terminal de alguna enfermedad mortal; múltiples rasguños (no cortadas) cubrían la piel de su pecho, brazos, cuello y rostro, las mejillas se hundían enarcadas por pómulos sobresaliente y puntiagudos; un poco más arriba, dos grandes medialunas violáceas habitaban bajo dos cuencas que en lugar de ojos poseían cristales estrellados, lúgubres y sin reflejo.
El rostro de Leafar estaba dominado por una expresión de total aturdimiento mientras que el del otro se hallaba bajo el yugo de una sórdida impaciencia. El chico gesticulo algo con la boca, el sudor que pegaba su cabello a la frente se deslizo largo por sus escuetas mejillas y como murciélagos que salen de una cueva, escaparon de él, el centenar de gritos que había escuchado hasta hace un momento, todos al unísono. Y aunque un poco distorsionada, Leafar reconoció con un escalofrió su voz en cada palabra. —Huye. Él ya viene por ti.
Leafar no conseguía vadear las emociones que lo embargaron, más aterrado que aturdido, se había quedado paralizado.
Tienes que salir de aquí —gritaba el otro chico exasperado al ver que Leafar no reaccionaba ante sus palabras.
El chico dio un bufido impaciente y echo a correr, agarrándolo por una mano y tirando de él. Leafar sin comprender nada de lo que estaba sucediendo se dejó arrastrar por su otro yo, haciendo el máximo esfuerzo por igualar su velocidad y correr hacia lo que parecía ser el horizonte de aquella penumbra, donde se desfiguraba por momentos el marco blanco de la puerta de su habitación.
— ¿Quién viene por mí?—consiguió preguntar en medio de la carrera, alzando la voz seca para hacerse oír sobre un horrible estruendo que pareció llegar de todos lados, estremeciendo la oscuridad.
Él está muy cerca, tienes que salir de aquí rápido—respondió su doble acelerando el paso con aquella voz tan parecida a la suya que le ponía los pelos de punta—. Debes huir, nada se puede detener ahora.
—Pero ¿quién es él? —insistió y reconoció en su tono algo quejica. ¿Por qué no podía limitarse a cerrar la boca y seguir corriendo? se preguntó mentalmente.
Se abrían paso rápidamente entre los pocos cristales que aún seguían girando. Si su doble llego a escuchar la preguntar la ignoro por completo. Leafar capto a medias el reflejo de un rosto que le era conocido. Al momento un pensamiento hizo eco en su mente, Arimaz, ella… no cree en Dios. Entonces la comprensión lo abrumo. Había sido ella. Arimaz había estado en  aquel lugar antes que él, junto a una extraña criatura. Entre los pasos rápidos que cada vez le cortaban la respiración y el escozor fantasmal de las cortadas que se habían quedado en su mente, su cerebro trabajo a toda máquina.
«Ella y la otra criatura estuvieron aquí con los espejos pero…  ¿Quién destrozo los espejos? ¿Cómo pudo Arimaz llegar a este lugar? ¿Cómo llegue yo aquí?» Preguntas que no terminaban de formularse cubrieron sus pensamientos enredados como serpientes, mientras intentaba abrirse paso en busca de una respuesta. Sabía que había una, sabía que era más simple de lo que se imaginaba. «Piensa, piensa. Arimaz estuvo aquí antes. ¡Antes! Eso es… yo antes estaba… Aghh… Yo estaba… ».
¿Quién destrozo los espejos? La mano del otro chico se tornó desmesuradamente fría y su agarre se cerró sobre su brazo como una tenaza de hierro. Hierro, Leafar trago saliva cuando con esa sola palabra llego a dilucidar todo a su alrededor, excesivamente gélido y alucinante. Hizo acopio de valor y se frenó de pronto. Su otro yo se giró con una expresión asustada, cada uno de sus músculos temblaban nerviosos.
Vamos, tienes que salir de aquí, ahora mismo. El casi está aquí —exclamó el chico haciéndole señas de que se apresurara. Su expresión era la de una persona aterrada, a punto de reventar en llanto. La puerta se hallaba a solo un par de pasos de ellos.
—No —musitó desconcertado—. No, no seguiré corriendo—repitió en un tono más decidido y dando un tirón a su mano se soltó del agarre de su doble.
Es que no lo entiendes, el viene por ti, estará aquí en cualquier segundo. Tienes que irte —casi suplico con una expresión de terror en el rostro. Su voz sonó distorsionada, amortiguada por la oscuridad.
— ¡Calla de una vez! —estalló Leafar— Nadie nos está siguiendo. Esto es un… sueño —soltó la palabra incrédulo, pero se obligó a creerlo. Miró iracundo a su doble—. Tú fuiste quien destruyo los espejos. “El” ya está aquí, porque eres tu ¿cierto? —indagó— ¿Quién eres? ¿Qué hay del otro lado de esa puerta?—interrogo furioso pero con un deje de confusión, todo seguía girando en su interior, girando sin cesar.
No creí que llegaras a descubrirlo tan pronto —suspiro el otro chico. Los músculos de su cuerpo pasaron a relajarse, como si aquello le aburriera. La falsa expresión de su rostro se tornó en una amplia y socarrona sonrisa—. En serio, pensaba jugar un poco más contigo, ver cuánto tardabas en quebrarte como una rama marchita, pero no eres tan idiota como pensé. Claro, no te sientas halagado, sigues siendo igual de idiota, después de todo no eres más…
—Dime quién eres y qué es lo que hay del otro lado de esa puerta ¿Por qué tienes tanta prisa en que la cruce? —le corto de improvisto sin ánimo de escuchar aquella perorata. Era como ver una versión tergiversada de sí mismo, sus ademanes, su postura, sus facciones transmitían una seguridad cruel.
Mira que estoy a la puerta y llamo —recito el otro chico, sombras se deslizaron entre las grietas de los cristales que tenía por ojos como sangre negra. Leafar reconoció inmediatamente el versículo de la biblia— Vamos, cruza la puerta ya —lo alentó jovialmente—. Del otro lado podemos conocernos un poco mejor.
—Aun no me has dicho quién eres —masculló Leafar desafiante, determinado a obtener las respuestas. Sus sentidos estaban alertas a cualquier movimiento del otro.
Oh, por favor. Vamos. Esa es la respuesta más sencilla, Li —pronunció la última palabra imitando el tono de voz de Arimaz—. Yo soy tú, obviamente, somos iguales —confesó en un tono solemne, acercándose. En su semblante se notaba que no respondía por exigencia, estaba jugando con él— Estoy más cerca de lo que te imaginas, Leafar. Llegare a ti pronto. No hay nada que puedas hacer para evitarlo.
Leafar retrocedió antes los pasos del otro chico tensando los músculos, el miedo en él iba consumiéndose en el bullir de su sangre, imitar a Arimaz había sido la gota que derramo el vaso. Estaba a punto de lanzar un golpe cuando el estruendo resonó en sus oídos como el sonido de una explosión. El sonido de un rayo destrozándolo todo a su espalda. El sonido de un espejo al despedazarse contra el suelo.
Los rasguños que cubrían la piel del chico frente a él se abrieron en surcos más profundos, las heridas en su rostro comenzaron a sangrar copiosamente. Otra explosión llego a sus oídos con fuerza, rayos de luz amarillentos deslumbraron rasgando la oscuridad. No te gires, le advirtió en su mente, una voz que transmitía una serenidad inhumana. La obedeció por instinto.
No podrás protegerlo por siempre, ya lo he encontrado —rugió el chico entre carcajadas a alguien más que Leafar no llegaba a ver. Otra explosión más fuerte, cada vez más cerca, trono y la piel del chico comenzó a desconcharse como si estuviera podrida, pero este solo daba carcajadas más fuerte como un demente— ¡No hay nada que puedas hacer! ¡Es mío!
El chico se dobló hacia delante al soltar las últimas palabras vomitando sangre, su mano férrea se apoyó en el hombro de Leafar.
Yo soy tu, esa es la única verdad —repitió clavando los ojos en Leafar con un brillo rubí en ellos— Yo soy tu destrucción. Y tú serás quien todo lo destruya —dijo lentamente cargando las palabras de certeza, clavándolas como cristales en su cerebro.
—No, eso no es cierto, tu eres u…—comenzó a decir Leafar cuando otra explosión lo hizo tambalearse y el ser frente a él, estallo diminutos cristales negros.
Se atraganto cuando intento hablar de nuevo. Una explosión detono bajo sus pies y el mundo a su alrededor se volcó sobre él como la ola oscura de un maremoto, imposible de eludir. El impacto lo empujó hacia las profundidades, cortándole la respiración con su peso, estrangulándolo con su oscuridad. Lo último que alcanzo a vislumbrar fueron tres alargadas sombras impregnadas de una luz sin color que lo observaban desde lo alto.

3
Arimaz nunca había sido una chica con fuertes creencias espirituales. Uno que otro domingo acompañaba a su madre a la iglesia, donde más le interesaba perderse en la visión de las expresiones artísticas que impregnaban el lugar, que lo que el cura vociferaba con voz pausada a los feligreses o las oraciones que estos últimos repetían monótonamente, como si cantaran una canción en un idioma desconocido pero cuyo ritmo era pegadizo. Muy poco le importaba a decir verdad el cristianismo. Claramente era algo que nunca diría en voz alta por temor a ser tomada como una inadaptada, sobre todo en el liceo donde las enseñanzas del mesías iban acompañadas de ecuaciones de tercer nivel, molaridad y ejercicios de física eléctrica. (Curiosamente en su salón, eran los que se sabían los pasajes bíblicos de cabo a rabo los capaces de mostrar una actitud más que insolente e inadecuada en comparación a los que no tenían idea de a que testamento pertenecía el libro del génesis. Pecadores por omisión e ignorancia. Todos pecadores, solo con nacer, pecadores hemos de ser, recordó predicar en una ocasión al sacerdote en una de las misas). Había tomado la comunión y también había realizado la confirmación pero más para complacer a su madre y seguir los lineamientos del colegio que por otra cosa. No creía en ninguna fuerza extra-corporal, deidad, espíritu ni nada semejante; pero en aquel preciso instante, fugado de los límites del tiempo, todas esas convicciones se esfumaron.
Le era imposible no pensar en el misticismo que envuelve a lo divino, ese flujo de energía que emanan los misterios de la naturaleza, secretos de los cielos y abismos, mejores purificadores que el agua y el fuego. Pensaba en los enigmas que los aborígenes de aquella tierra, Venezuela, habían imaginado al observar las estrellas fluyendo sobre sus cabezas y cayendo a sus pies.
Así mismo se dejaba fluir ella, casi desvaneciéndose en la misma consonancia que el recuerdo desertor de sus pensamientos, peregrinó veloz de sus venas y buscador del refugio que prometía el pincel. Alcanzando su fin en el momento exacto en que el simple instrumento pasaba a formar parte de su ser, volviéndose una extensión de su cuerpo. Generando raudales de una emoción nueva y placentera, inspirada en esa conexión.
Era la fuerza de aquella exaltación lo que la incitaba a seguir pintando sin detenerse a pensar, a plasmar el recuerdo sobre el lienzo de forma frenética (e irónicamente meticulosa) sin llegar a razonar, a no detenerse más que para solo respirar.
Parecido a como hacían los fanáticos cuando rezan la misma oración tantas veces en un solo día, que las palabras dejan de tener significado y se convierten en algo menos que palabras; las pinceladas de Arimaz parecían desplegar un patrón sublime, definitorio, que se mistificaba por momentos y las convertía no en algo insignificante, sino en algo inigualable. He allí la diferencia, he allí donde radicaba cada ápice de su fe.
La sensación, un sentimiento en estado puro, carente de peso, ataduras e imposible de confinar bajo un solo criterio; la abrazaba y la hacía balancearse entre lo consciente e inconsciente. Arimaz sabia como debía quedar cada milímetro del lienzo, poseía ese conocimiento, pero desconocía la imagen en detalle, le era vedada a cambio de esa sensación, que semejante al sentir del fuego enlazar al hielo, era como ser bañada por una corriente estática, tan exuberante que hacía que su corazón diera dos pálpitos en uno solo.
Sus sentidos al máximo, olvidaban su alrededor, solo existía ella y la pintura. Percibía con gran claridad el suave, veloz y generoso roce de cada cerda sobre la tela agradecida, que absorbía con cada hebra suya la pintura y le concedía respiros de existencia a la obra. Los movimientos agiles de su muñeca eran lo único que podían captar sus ojos y solo por instantes fugaces lograba visualizar pequeños fragmentos de lo que trazaba, un melancólico zigzag gris aquí, una vivaz línea negra allá...
Sentía como el ingenio se perdía en brazos de aquella musa cegadora y vibrante. El pincel la guiaba, él era el maestro, ella solo un instrumento. La sobria e irreal sensación revestía su piel como el roce de una capa protectora y la envolvió durante lo que ella creyó fue un largo tiempo.
De la nada, repentinamente, no hubo ningún clímax, no existió un descenso, no acaeció un lento deshacer de aquel sentir tan subrreal, ni ninguno advertencia del final. Solo desapareció, precipitándose como el ave que muere en pleno vuelo, se detuvo tan estrepitosamente como se había iniciado.
Fue como un gran impacto en sus sentidos que la dejo en shock. Su cuerpo quedo rígido como un maniquí, sosteniendo aun el fino pincel a la altura del lienzo sin llegar a tocarlo. Una fina bruma anestésica abrazo el centro de su mente, ayudando a la transición de aquel efervescente estado a la de una euforia desgastada que estaba a punto de morir.
Los últimos rastros del éxtasis se desintegraron dejando pequeñas grietas en su memoria, su cuerpo fue recuperando flexibilidad mientras a lo lejos un insistente estremecimiento se extendía por su pierna trayéndola de regreso a la realidad, abriéndose paso entre la bruma para formar una idea. De un momento a otro fue como si regresara a la realidad luego de haberse perdido en algún pensamiento. Su celular sonaba incesante por tercera vez cuando la idea afloro en su mente como un sentido reflejo. La estaban llamando.
Sacudió la cabeza para aclararse las ideas, se deshizo de los instrumentos de arte dejándolos sobre un soporte que tenía cerca sin echarle la más mínima mirada al lienzo y se limpió las manos con un pañuelo. Un poco atolondrada, saco el teléfono del bolsillo del pantalón negro deportivo que llevaba puesto, nunca antes en su vida había experimentado algo como lo que acaba de sentir mientras pintaba, la experiencia permanecía intacta pero la causa se había esfumado casi por completo.
Aun con las ideas un poco revueltas en su cabeza, pensó que había sido emocionante pero al mismo tiempo (aunque a un nivel más bajo), perturbador, sobrecogedor. No sabía cómo manejar definitivamente lo que había experimentado. Espero a que su respiración agitada se calmara un poco antes de observar quien llamaba. Las letras en la pantalla hicieron que la fuera difícil calmar su pulso. «Julián (Juls <3)».
—Hola, preciosa, ¿Te he despertado? —dijo la voz animada de un chico en cuanto contesto.
—Para nada —cayo al escuchar su voz rasposa. No se había percatado de lo seca que tenía la garganta, ni de lo exhausta que estaba.
Se pasó una mano por la frente para quitar el sudor que la perlaba y se sorprendió al sentir cuanto le costó hacer aquel movimiento. Una molesta languidez impregnaba cada uno de sus músculos, como si acabara de terminar una extenuante rutina de ejercicio. Se acaro la garganta antes de volver a hablar
—Estoy despierta desde hace unas… ummm…  —echó una ojeada al reloj con forma de pokemon rosado y gordinflón que reposaba en un estante— ¡Unos veinte minutos! —exclamó sorprendida— Juraba que habían trascurrido dos horas cuando mínimo, desde que he despertado.
—Nunca creí que mi voz pudiera tener un efecto tan desconcertante. ¿Se te ha ido la noción del tiempo tan solo al escucharme, pequeña? —pregunto Julián imitando un tono seductor de esos que los hombres usaban en las películas de a blanco y negro.
—Ya quisieras desconcertarme tanto, Juls. Además, ¿pequeña? soy mayor que tú por unas dos semanas  ¿recuerdas? —dijo esforzándose por sonar divertida mientras se encaminaba a la cocina.
Si no tomaba un vaso de agua inmediatamente temía desmayarse por deshidratación. La pintura se había vuelto una mancha difusa en su mente, desmenuzándose como el recuerdo sin importancia de un sueño trivial.
— ¡Oh! Toda una asaltacunas, me siento intimidado —dijo sarcástico el chico y luego añadió un poco vacilante—. Si no me equivoco debes estar pintando.
— ¿Colocaste cámaras ocultas la última vez que estuviste aquí? —preguntó ella pasando frente de la habitación de su hermano de donde salían los artificiales sonidos de los videojuegos.
Leafar ya estaba despierto, pegado a la Xbox. Dio dos rápidos golpes sobre la puerta, como palmadas, solo para fastidiarlo un poco, sabía que le disgustaba el sonido.
No, de haberlo hecho, a estas alturas estaría en juicio por múltiples cargos —contesto Julián con sorna. Pero Arimaz sabía que en dado caso, su madre no dudaría en hacer que así fuera—. Resulta extraño que estés despierta tan temprano y mucho más si estas de vacaciones —aclaró y ella podía imaginarse la sonrisa dibujándose en sus labios.
—Ya va a ser mediodía, Juls —musitó ella ya en la cocina, terminando de beber el vaso entero de agua de un solo trago.
—Por lo mismo —repuso él riendo y al ella escucharlo se le hizo imposible no hacer igual. Era algo que tenía el chico, siempre le sacaba una sonrisa— Bueno, pongámonos serios. Te llamaba para saber si tenías planes para esta noche —su voz había cambiado a un tono inocente que escondía algo, a ella le gustaba aquel tono.
—No, nada. ¿Alguna propuesta? —dijo fingiendo indiferencia. Por un breve instante le pareció ver la silueta de algo como un pájaro cerca de la ventana de la cocina, se asomó al cristal pero ya no había nada allí.
—Hoy es la inauguración de un local excelente en la ciudad y tengo pases gratis y quería ver si me acompañarías. He pasado hace un rato por allí, el lugar es excelente y la música no se queda atrás —luego de un pequeño silencio, pregunto— ¿Quieres ir?
—No tienes que preguntar si quiera, sabes que iré. Será mi primera salida estas vacaciones —contesto Arimaz.
Inmediatamente Juls se enfrasco en una explicación del sitio, pero su voz fue disminuyendo hasta pasar a un segundo plano. Como si hubiera desenfocado y agudizado el oído al mismo tiempo, Arimaz oyó nítidamente unos pequeños y rápidos golpes sobre el techo, eran firmes pero no tan fuertes como para ser pisadas humanas. La joven se inclinó precipitadamente de nuevo sobre la encimera hacia la ventana pero seguía sin conseguir ver nada más que el esplendoroso cielo azul despejado y el inclemente sol del mediodía. Los golpes fueron alejándose rápidamente, volviéndose cada vez más silenciosos hasta llegar a desaparecer y la voz de Julián volvió a tener su atención.
—Te va a encantar, es un lugar bastante único, incluso tienen una pista de bowling…—la voz del chico se interrumpió de golpe.
 En el fondo se escuchó el fuerte sonido de una bocina y luego el quejido de unos neumáticos rechinando contra el asfalto, seguido de unos golpes acompañados de más bocinas y algo que parecían ser gritos, un breve quejido y la llamada se tranco.
—¡Juls!—se abrió paso el nombre del chico a través de su garganta en forma de chillido. En su mente escenas de accidentes automovilísticos comenzaban a formarse en un escenario lúgubre. 
Aparto el teléfono de su cara y clavó la mirada en la pantalla sin poder hallar manera de salir del estupor. Su corazón se aceleró lentamente incrédulo, sus dedos activaron la marcación rápida mecánicamente. La llamada salto directa al contestador. El alma se le fue a los pies pero consiguió fuerzas para mantener la simulada calma. Luego de dos intentos más con el mismo resultado, Arimaz sentía como los ojos comenzaban a escocerle. Mantén la calma, mantén la calma, se repitió.
Al cuarto intento, la llamada cayó, escucho impaciente el repicar. Un pitido, dos, tres… comenzaba a perder las esperanzas, cuando contestaron.
— ¡La luz estaba en verde, idiota! —escuchó Arimaz que vociferaba Juls obteniendo como respuesta alguna clase de improperio. Un motor rugió y el viento entrecorto el resto de lo que podía escuchar. Oír su voz, así fuera iracundo, le hizo volver a respirar con normalidad.
— ¿Te encuentras bien? —preguntó Arimaz arrastrando las silabas, el tono de su voz delataba la preocupación con una sobresaliente tilde de presión— Estaciona antes de contestarme, por favor—añadió rápidamente.
—Estoy bien, tranquila —respondió Julián dando un suspiro luego de unos minutos—. Solo fue un estúpido que se comió la luz del semáforo y casi se estrella contra mí, despreocúpate —explico antes de que Arimaz preguntara— No quiero que te metas en aprietos. ¿No habrá ningún problema con tu madre si paso por ti esta noche? —cambio de tema rápidamente, bajando la voz hasta convertirse en un susurro juguetón.
—No te preocupes por ella, tengo todo resuelto —respondió Arimaz imitando su tono dándole la espalda a la ventana para regresar al refrigerador, tenía la garganta seca de nuevo. No habría problemas si su madre no se enteraba, pero eso no tenía por qué saberlo Juls— ¿Seguro que estas bien?—dijo preocupada luego de apurar un vaso de agua.
—Descuida, nada le paso al auto, así que estoy excelente —bromeó. Arimaz no entendía como conseguía hacerlo luego de estar a punto de chocar—. Pasare por ti a eso de... un cuarto para las once.
—Está bien, llega puntual y ten mucho cuidado al manejar, ¿vale?—hablo sirviéndose otro vaso de agua, era el tercero ya.
—Tendré cuidado —dijo Julian, pero no colgó la llamada—. Arimaz, ¿Sabes algo?—indago y su tono bajo gradualmente, como si una chispa se hubiera encendido en su voz.
—No, dime —pidió pausadamente, dejando el vaso en la encimera con una sonrisa juguetona a medio formar en los labios.
—Te amo, preciosa —respondió finalmente el chico. La chispa se había convertido en fuego.
No puedo evitar que el rubor inundara sus mejillas y la sonrisa en sus labios se ensanchara, aquella sensación de alivio y comodidad regreso a ella como una cálida corriente de aire fresco. Sus palabras transmitían seguridad. La respuesta estaba allí en toda la punta de su lengua, esperando a que ella las dijera. «Yo también, te amo»
—Te quiero mucho, Juls. Te esperare esta noche —fueron las palabras que brotaron en su lugar en un tono condescendiente en el que tácitamente le pedía un poco más de tiempo. Cerró la llamada antes de poder percibir la decepción del chico.  
Ni siquiera podía decirlo de forma casual. No podía, era su problema. Más fuerte que la seguridad en la voz de Julian era el recuerdo del frio tacto del abandono, no iba a dejar que volviera a ocurrir nuevamente, no podía arriesgarse y se sintió como una cobarde  por ello.
Dejo el celular sobre la encimera soltando un suspiro de resignación, agarro el vaso y lo guardo en el gabinete correspondiente haciendo un esfuerzo por no pensar. Su madre, una maniática de la limpieza, le había dejado una nota en el refrigerador que Arimaz leyó entre líneas, le bastaba con saber que no era una emergencia. Había salido con los gemelos a algún lugar y Arimaz no se sentía de ánimos como para escuchar regaños cuando esta regresara, solo por un vaso que no estaba en su lugar. Mi cerebro no está en su lugar, se refunfuño al girarse, ¿Cómo pude haber sido tan es…
Un repentino movimiento en la ventana interrumpió sus pensamientos, le hizo dar un brinco y hasta soltar una palabrota en esa dirección. La alarma regreso como un cosquilleo en su vientre, pero era solo un gato. Callejero, se dijo al fijarse en las gruesas líneas rojas como zarpazos entre el pelaje negro que cubría el costado del animal. Luego capto la mirada de sus ojos grandes de un marrón oscuro. No muy diferentes a los de ella. Eran unos ojos que nunca había visto en un animal y, el gato la miraba fijamente desde el alfeizar con ellos. La centelleante mirada primero pareció escrutarla en busca de algo, pero luego adopto un brillo recriminatorio que le provoco escalofríos.
La alarma se desvaneció y Arimaz se tranquilizó un poco al animal desviar la mirada para lamerse el dorso de una pata. No era muy afecta a las mascotas, tal vez porque nunca había tenido una, pero al ver las heridas en su costado, trato de acercarse lentamente hacia el gato. Instantáneamente, como si este hubiera leído su pensamiento, se tensó, alzo la cabeza y clavo de nuevo su mirada amonestadora en la chica. El animal seguía sus movimientos sin apartar sus ojos de los de ella, mientras ella acercaba la mano a la manilla de la ventana con toda la cautela que le era posible. En cuanto el panel de la ventana comenzó a moverse el gato dio un salto hacia el callejón y se perdió por el tras un ligero maullido.
Arimaz se separó de la ventana más frustrada y cansada de lo que se había sentido antes, como si acabara de terminar una sesión doble de levantamiento de pesas. La idea de irse a acostar un rato, le pareció ideal, pero antes pondría los pinceles en agua, no tenía ánimos de seguir pintando si quiera, pero la verdad es que ya no hacía falta. 
Julián y ella tenían más de cinco meses de noviazgo y muchos más de amistad. Arimaz veía en Julián a un buen chico, atento, humilde, atlético, romántico, a veces con un aire de chico malo; era el mejor amigo del sexo opuesto que tenía. A su madre, por el contrario no le agradaba mucho el chico; que iba de fiesta, si, que sus calificaciones no estaban en la cúspide, también, que había hablado mientras conducía, por favor, todo mundo hace eso; pero podía ser peor. De todas formas, algo le decía que los motivos de su madre tenían que ver más con ella que con Juls. Sin importar que, a Arimaz le gustaba bastante, pero al parecer no lo suficiente como para decir (tal vez para sentir) aquellas palabras.
Dejo la cocina y marcho de regreso a su santuario con los sentimientos aguijoneándola. Una breve risa histérica se apodero de ella al ver la semejanza entre lo que había tratado de hacer con el gato y lo que Juls trataba de hacer con ella. Acercarse a una persona herida siempre implicaba correr un riesgo, pero eso no la excusaba  de ser una idiota.
No debería ser un problema para cualquier persona decir te amo, se reprendió. A final de cuentas ¿Eran solo palabras, no? Pero en su interior, sabía que las palabras tenían peso, en algunas ocasiones, demasiado.
Todo el asunto se deshizo por si solo cuando regreso a su santuario. Mientras cogía los pinceles que había usado del soporte donde los había dejado, su mirada se desvió hacia el lienzo para quedar fija en el con una expresión de desconcierto que desfiguro su rostro. No podía creer que hubiera comenzado a pintar aquello, muchos menos haberlo terminado.
El solo verlo le hizo sentir que el aire que entraba en sus pulmones no era suficiente.  

4
Se incorporó de golpe al salir del sueño. Se hizo un lio apartando de si las sabanas. De alguna manera mientras dormía se le habían enredado alrededor del cuello y estaba quedándose sin aire, fue un milagro que no se hubiera estrangulado al enderezarse. Termino de apartarlas a manotazos y se levantó de la cama a volandas, tropezó con el tazón vacío al coger las gafas de la mesa de noche y se las puso mientras encendía las luces de la habitación. No había nadie más con él.
—Sueño, eres solo un sueño —jadeo Leafar pegando la espalda de la pared y deslizándose por esta hasta acabar en el suelo— Eres solo un desgraciado sueño —se dijo riendo eufórico, llevándose las manos al rostro.
Espero sentado en el suelo a que el susto se le pasara, sin mirar a ningún lugar en específico. El violento sube y baja de su pecho fue menguando a medida que el sueño se desvanecía en su memoria, dejando solo fragmentos borrosos. En cuanto se supo más relajado, su mirada reparó en la pantalla del televisor donde los ojos vidriosos de un soldado muerto, caído en la nieve fangosa, le hacía trasfondo a las palabras: Juego terminado.
Movió la cabeza queriendo deshacerse del asco que el sujeto en la pantalla le provoco. Tuvo un breve momento de desasosiego en que varios fragmentos inconexos le saltaron a la mente. Los ojos de espejo resquebrajado, muerto, del chico, seguían amargamente nítidos. Se recobró del instante y trastabillo de regreso a la cama. Leves espasmos persistían en sus brazos cuando se sentó al borde de la cama, se adentró más en ella y tomo el control de mando del videojuego. No había mejor manera de olvidar una pesadilla que conduciendo a un pelotón del ejército estadounidense entre las ruinas de una iglesia Alemana de la segunda guerra mundial.
Por más extraño que pareciera, su cuerpo fue soltando tensiones. Su mente se centró únicamente en presionar los botones adecuados en los momentos indicados. Faltaba pasar al último soldado del pelotón por frente de un altar derruido con diversos símbolos nazis pintarrajeados, hasta el otro extremo donde una zona bordeada con luz verde, la marcaba como segura; solo tenía que terminar de pasar la pequeña franja amarilla con cuidado de que no lo observaran los dos francotiradores nazis. Estaba esperando un descuido de los nazis para dar el siguiente paso, la cámara efectuó un giro y enfoco un vitral de un ángel al que le faltaba la cabeza; las palabras hicieron eco en su mente de improvisto. «Mira que estoy a la puerta y llamo»
El escalofrió trepo deprisa por su columna pero no había terminado, cuando dos golpes rápidos como palmadas tamborilearon sobre la puerta. La tensión volvió a ceñir cada uno de sus músculos anulando cualquier reacción. Trago saliva y antes de que poder arrepentirse lanzo un vistazo rápido a la rendija debajo de la puerta. Una sombra se deslizaba desde el otro lado; fue imposible que no lo pensara. Sigo soñando.
Se preguntaba si llegaría a despertar antes de sufrir un ataque cardiaco. Entonces sintió más que escucho la voz de Arimaz al seguir de largo por el pasillo en direcciona la sala. Escucho el sonido de sus perezosos pasos alejándose con rapidez. Estoy despierto, se dijo entre risas.
Había pasado un año desde que Arimaz había adoptado la manía de dar los dos rápidos golpes sobre la puerta. En un comienzo había sido una especie de señal para que le bajara volumen a la TV, pero en cuanto la chica había descubierto que su hermano no podía evitar sobresaltarse al escucharlo, lo había tomado como un elemento de tortura.
Respiro hondo recobrándose del miedo que seguía a flor de piel. Se giró, testarudo, hacia la pantalla y reintento la misión.
Leafar no conseguía explicarse porque se asustaba. En una ocasión su madre y su abuela Irene habían intercambiado unas palabras acerca de ello; la conversación había sido animada mientras la primera ofrecía teorías básicas relacionadas con la sensibilidad auditiva y otras cosas relacionadas con los nervios que hubieran podido originar una fobia, pero la situación se tornó un poco tensa cuando su abuela Irene se rio en la cara de Julieth y alego con cierto tono peculiar que claramente se trataba de un recuerdo inconsciente de una vida pasada, Julieth respondió con un comentario desdeñoso y acabo el asunto, pero a Leafar le había quedado la duda. El punto era que Arimaz, había dado en un acto de una endemoniada casualidad con las notas precisas en aquel rápido golpeteo que estrujaban la parte de su cerebro encargada del miedo y lo hacía desbordarse durante un segundo. Ella se reía diciendo que era un defecto de fábrica. Pero en esta ocasión el susto no había carecido de sentido, alguien había llamado a la puerta. Olvídate del sueño, hazlo de una vez, se ordenó.
Antes de poder hacer que el cuarto soldado se acercara a la zona segura, sintió un pinchazo en medio de su pecho que le produjo un deje de frustración. Su cuello se giró involuntariamente con un escalofrío hacia la puerta, Arimaz pasaba justo frente a ella, de regreso a… <<Su santuario, donde estaba pintando el mapa antes de que Julián llamara>>, pensó espontáneamente.
La duda de como sabía él aquello no llego a transformarse en una interrogante. Más sentimientos le llegaron como diminutos pinchazos que se convirtieron rápidamente en palabras en su pensamiento. «No debería ser un problema para cualquier persona decir te amo», se reprendía la voz en su cabeza « ¿Eran solo palabras, no?»
La confusión lo retuvo un instante, pero no se lo pensó dos veces, se levantó de la cama y se dirigió hacia la puerta.


5
Arimaz buscaba capturar una realidad cuando pintaba, muchas veces quedaba a medio camino de dilucidar esa verdad firme que tanto deseaba plasmar a través de un objeto o de una escena. No sentía especial interés por el arte abstracto, las cosas debían ser claras, concisas, no confusas y difusas. El punto conexo entre pensamiento y realidad era lo que definía su obra. Era lo que buscaba crear, el reflejo del sentimiento mediante la acción. Su hermano decía que era aburrida y muchas veces ella trato de remediar eso a través de alguna extravagante creación, todas ellas fallidas. La pintura que veía era una completa anomalía.
Su mente tenía que estar jugándole una mala pasada. Todo era culpa del horrible agotamiento que impregnaba sus huesos hasta escabullirse dentro de sus pensamientos, razonó Arimaz. No recordaba haber sentido la leve angustia de colocar los últimos detalles sin pasarse nada por alto y ni hablar de la gloriosa satisfacción de haber conseguido plasmar toda una idea de forma perfecta. Pero aunque no lo recordara, allí estaba la escena plasmada en el lienzo. Extraña, era el término más halagüeño que conseguía para ella.
Ciertamente solo recordaba haber vislumbrado distintas líneas en su mente y como tal, haberlas trazado sobre la tela en diferentes tonos, pero no lograba recordar el conjunto completo que esta creaban; lo que la llevaba a interrogarse: ¿cómo rayos sabía que estaba terminada si no se acordaba de ella si quiera? Pero lo sabía, así de simple, estaba tan segura de ello como que el sol salía por la mañana y se ocultaba por la noche. La pintura  estaba terminada y aunque desconocía que esperaba sentir específicamente al ver el lienzo culminado, lo que sentía en aquel instante no figuraba pero ni de lejos entre la primera docena de ideas que le venían a la mente.
¿Cómo era posible que los oscuros y brillantes colores hubieran hecho temblar a sus manos con ansias de describirlos? ¿Cómo era posible que hubiera deseado capturar aquello en un lienzo con tanto deseo? ¿Qué decían esas emociones de ella? Debía haber seguido frenándose, hasta encontrar algo que le hubiera hecho desistir, se lamentó. Pero no lo había hecho y el resultado final era una gran aberración y no solo para la moral si no para la estética misma. Una obra prohibida para la comprensión de cualquier mortal, en donde la verdad se tejía en finas pinceladas. Una verdad desnuda y única, que vista con el cristal adecuado, podía causar la locura.
En su sueño/pensamiento, que ahora parecía el espejismo de una pesadilla, la luz que reflejaba la imagen exteriorizaba su hermosura, la hacía más llamativa, viva. Pero la imagen que tenía en frente, desfiguraba la claridad y la difuminaba en sombras por toda la estancia, revelándose oscura y muerta. No deseaba contemplarla durante más tiempo, pero no podía apartar la mirada de ella. El significado oculto existente entre aquellas líneas parecía saltarle a la vista igual que el profundo miedo que había rozado los umbrales de su mente y que ahora se dejaba sentir en toda su extensión, haciéndola notar los abismos en los cuales sus nervios se hundían.
Fue una mezcla del miedo que la asalto y de la desorientación que experimentaba, lo que le hizo rememorar trozos distorsionados como hojas muertas agarradas en medio de su caída, de su sueño: luz dorada la rodeaba luciendo tan vital como el mismo aire que respiraba, espejos empañados de gran tamaño la encerraban en un domo a la vez que le devolvían el deslucido reflejo de una excepcional criatura que susurraba a su oído palabras a las que no terminaba de hallarle sentido; llama … tinieblas… río… mapa… fatum... Arimaz se bloqueó no queriendo recordar más, con lo que ya tenía le bastaba para saber que había tenido una estúpida pesadilla y que la había tomado por algo muy distinto. La imagen en el lienzo no hacía más que confirmárselo.
Sobre el caballete descansaba la pintura tétrica y espeluznante para los sentidos. Cientos de líneas deformes parecidas a retorcidos pasillos se extendían desde los bordes del lienzo hacia el centro del mismo. Todas se entrelazaban para formar un magnifico laberinto semejante al construido por el mismísimo Dédalo; contaba con tantas salidas como con caminos sin ellas, cada ruta de escape, desemboca en el mismo lugar, un lago circular de un negro mate que luchaba por devorar con sus aguas revoltosas a una pequeña isla vestida de blanco escarchado, tan lejana como un final que espera ser alcanzado. En su origen cada línea/pasillo era recta, lucia suaves bordes, poseía un blanco inmaculado y fulguraba; pero a medida que avanzaban, se retorcían, afilando sus bordes y mancillando su color, apagaban su fulgor; hasta culminar arrastrándose hacia el oscuro lago, donde al introducirse se volvían negras, igual que este.
Eran muchas las líneas que se enderezaban intentando recuperar su tonalidad original, eran pocas las que lo conseguían. También eran muchas las que no hacía más que regodearse en su perdición hasta acabar muertas, ahogadas en las profundas y tenebrosas aguas con retorcijones de pura agonizante locura. Un conjunto más reducido de líneas intentaban cruzar el lago y parecían purificarse en medio de la lucha, pero era un grupo mucho más pequeño el que conseguía alcanzar la isla escarchada. Desde cierta perspectiva, era ese mismo grupo vencedor el que parecía conformar la propia isla, darle sentido y consistencia; al igual que las líneas ya podridas semejaban originar el funesto lago.
Era un trabajo sorprendente. Cada línea estaba trazada con sumo cuidado, múltiples detalles cubrían cada curvatura y pérdida de grosor, diferentes escalas conformaban la ampliaba gama de tonalidades en aquel océano blanco y negro, convertido en un juego de sombras que cercaba el brillante espiral que era la isla. Había tantos minúsculos detalles que les concedían un enfoque distinto, afinado y único a cada una, que Arimaz estaba segura de que llevaría días, quizás semanas recrear esa pieza.
Al observar cada línea con detenimiento, su significado fue dejándose mostrar con mayor lucidez, desprendiéndose de la tela y dilucidándose en su pensamiento. Era como un capullo que florece lentamente del que se desprenden capas y capas de pétalos, dejando a la vista la fuerza de algún arcano mayor perteneciente a un culto olvidado por toda mente despierta, un credo sustentado por la energía de cada espíritu que duerme.
Los pensamientos de Arimaz sufrieron una lenta metamorfosis cognitiva que le hizo percibir cada línea o pasillo como un símbolo de algo con mucho más común, algo con más valor. Líneas y pasillos desaparecieron ante ella y emergieron como personas en el lienzo, como innumerables vidas… como destinos que fallecían. La pena que la invadió cedió rápidamente a un desborde de adrenalina que conllevaba una ira tan colosal en su torrente que amenazaba con consumirla. Sintió ira por ver como tantas vidas se perdían, ira en su cuerpo por cada persona que se daba por vencida, ira en su mente por cada destino que parecía no poseer sentido, ira corriendo en su sangre por cada sentimiento que la atacaba sin poder explicarlo.
El calor de unas lágrimas que resbalaban por sus mejillas la sorprendió. Con la frustración y la ira como ingredientes predominantes en el coctel de emociones que hacia mella en todo su ser, entro en movimiento, consumando los pasos tan pronto se le venían a la mente.
Aparto la vista del lienzo y en un arrebato cogió un pequeño banco que estaba en una esquina, lo coloco en frente de un estante tan alto que rozaba el techo y subió a él de un salto. Estirando los brazos a todo dar, trato de agarrar una caja enorme que se hallaba muy al fondo. Incluso haciendo uso de su metro ochenta de estatura no conseguía alcanzar la caja, por lo que se colocó de puntillas y tambaleándose sobre el banquillo estiro los dedos hasta que estos le dolieron.
Fácilmente hubiera podido conseguir lo que buscaba en otra caja más accesible o incluso ser dramática e improvisar cogiendo algo de la cocina, pero la terquedad era algo que se arraigaba en ella en momentos como aquel. Ni si quiera comprendía qué demonios le enfurecía tanto como para hacer aquello, podía echar la pintura al basurero tal y como estaba o tratar de recuperar el lienzo, pero la necesidad de hacer daño estaba hirviendo en ella. Quería hacerle pagar toda la ira que le estaba produciendo. Y solo un pensamiento era claro entre la vorágine que ocupaba su mente: No iba a permitir nunca que nadie supiera que de sus pinceladas había surgido semejante aberración, por ende, tenía que destruirla.
Con un poco más de esfuerzo que se traducía en quedarse tambaleando sobre un solo pie, sus dedos primero consiguieron rozar la abultada caja y luego sostenerla por una abertura. Haciendo fuerza consiguió acercarla al borde del estante, pero tendría que bajarla para agarrar lo que quería de ella. Los músculos de los brazos se resintieron cuando hizo un esfuerzo mayor por conseguir alzar la caja... fue cuando todo comenzó y la habitación se convirtió en un lugar con muy poca luz y demasiadas sombras.
6
Dos golpes rápidos y fuertes sacudieron la hoja de madera antes de que Leafar pudiera tocar el pomo. Risas y después el sonido de pies corriendo hacia la sala. Leafar dio un pequeño respingón sin poder evitarlo y abrió la puerta, salió hacia el pasillo y miro en ambas direcciones. Otros dos golpes junto a otra risa tonta resonaron sobre la pared en el extremo del pasillo con la sala. Fue tras ella molesto.
Apenas entro a la sala sintió la atmosfera fría cerrándose a su alrededor, la puerta que daba a la cocina se movía como si alguien acabara de atravesarla y más golpes resonaron sobre ella.
—¡Arimaz! ¡Ya deja de molestarme! —grito Leafar acercándose a la puerta.
Los golpes se repitieron acompañados de la tonta risa. Quería jugar, pues jugarían, pensó cogiendo un cojín de un mueble y dirigiéndose allí. Se afianzo a un lado de la puerta y grito:
—Arimaz, hablo en serio… enmudeció cuando escucho a su hermana responder algo que no entendió. Las palabras no habían llegado desde la cocina sino en sentido contrario, desde su santuario—  Ariz, ¿dónde estás? No es gracioso —musito.
Los golpes volvieron a repetirse y Leafar se abalanzo como un resorte hacia la cocina. Entro y lanzo el cojín, la almohadilla reboto contra el refrigerador y escucho las risas de nuevo, está a vez a sus espaldas. Un vistazo rápido al interior de la cocina le aseguro que no había nadie allí. El frio, como una entidad con vida propia, se cerró con más fuerza a su alrededor haciéndolo tiritar, casi pudo sentir como el poco color que poseía su piel escapa de su rostro. Sin perder un segundo regreso sobre sus pasos hacia la sala. Una idea se asomó a su mente, fue rápido hacia la caja de los fusibles. La abrió.
No puede ser cierto. Pensó tambaleándose hacia atrás. El aire acondicionado estaba apagado, las ventanas cerradas, en pleno mediodía la casa tenía que estar hirviendo. 
—¿Li? ¿Dónde estás?—escucho gritar a su hermana, la voz le temblaba.
Es solo un sueño, es solo un sueño, comenzó a recitar la frase como un mantra, alejándose, pero sabía que no lo era. Un fuerte zumbido provino de la caja de fusibles, un traqueteo, un crujido y chispas saltaron de los interruptores, las bombillas parpadearon y la risa se repitió en un siseo bestial, en la punta de su oído.
La luz de las bombillas se volvió intensa en el segundo en que Leafar corrió hacia el santuario. Los golpes se repitieron sobre la puerta de su habitación pero esta vez no se detuvieron. Se frenó de golpe frente al sonido, estaba paralizado. Las luces parpadearon.
 El miedo no era tan malo. El miedo le hizo atravesar el pasillo cuando todo se sumió en la oscuridad.
7
El pálpito acelerado de su corazón se vio interrumpido por un agudo graznido que trono latoso en sus oídos dejando un molesto pitido en ellos. Arimaz giro el cuello bruscamente y alcanzo a ver como un ave negra de gran tamaño pasaba de largo, bloqueando la luz del sol y sumiendo a la habitación en una opresiva oscuridad con su sombra tan larga como la estela de un cometa. Durante aquel instante de desconcertante penumbra un soplo gélido rozó su espalda lentamente, erizándole la piel y haciéndole flaquear las extremidades. Dejo caer la caja sobre el estante y se sostuvo de este con fuerza cuando las piernas le temblaron. Sobre su cabeza la caja se balanceó desde el borde amenazando con dejarse caer sobre ella.
La luz inundo de nuevo la habitación al instante y sus reflejos actuaron rápidos e inconscientes sosteniendo la caja por debajo antes de que cayera. Su vista recorrió en un acto reflejo su alrededor sintiendo la punzada de una mirada clavada en su espalda.
Respiro profundo. Estaba dejando que aquella inquietud, ya aferrada a cada uno de sus nervios, la llevara a actuar de forma irracional y ella no era así. Era imposible que alguien la estuviera observando. Su mirada recorrió dos veces la habitación confirmándole que no había nadie más allí con ella. La ira le estaba dando paso a una enfermiza paranoia. Solo tenía que despejar un poco la mente, no dejarse consumir por aquellos sentimientos tan insólitos, descansar y esperar a que llegara la noche. Ver la sonrisa de Juls borraría toda angustia y alejaría ese mal presentimiento que se fraguaba en sus pensamientos.
—¡Arimaz! ¡Ya deja de molestarme! —resonó el grito, arrancando de raíz a Arimaz de sus meditaciones.
Una tensión inédita inundo el aire a su alrededor. La opresión que oprimía su pecho retumbo con más fuerza dentro de sí al escuchar el grito como si de un segundo corazón a punto de estallar se tratara. La ira evito que los músculos se le quedaran rígidos, al sentir como la sensación de alarma volvía a ella, retorciéndose en sus entrañas y extendiéndose por su cuerpo, recorriendo sus venas, hormigueándole en la piel, pulsando por salir de ella. Advirtiéndole de la amenaza con algo más fuerte que palabras. Nadie le sacaba de la cabeza que alguien la miraba fijamente, algo estudiaba cada uno de sus movimientos.
— ¡Li, ven a ayudarme con esta caja y deja de gritar! —vocifero Arimaz en un intento de regresar a la normalidad, se percató tarde de que la voz le temblaba.
Varios golpes retumbaron por el techo rápidamente quebrantando brevemente el silencio fúnebre que se había instalado en la habitación. Pisadas de alguien que trataba de entrar a la casa, pensó atragantando un grito.
No sin cierto temblor en sus manos empujo la caja que sostenía de regreso a su lugar. «Corre, busca a Li, consigue algo filoso para usar como arma y enciérrate en una habitación. ¡HAZLO YA!», se gritaba pero su cuerpo no respondía a ninguna de las órdenes. En lugar de ello, moviéndose con máxima precaución como quien está bajo la vista atenta de una fiera, giró despacio hasta quedar con la espalda pegada a la estantería.
Otra tanda de golpes volvió a retumbar por el techo, como alguien que corría desde la sala hasta el santuario, pero esta vez los golpes no cesaron. Resonaron por todo el techo de la habitación como una tormenta acompañada por cientos de tambores que distorsionaban la realidad… el miedo bramo con furia por todo su ser al entenderlo, no eran pisadas, eran palmadas; el mismo ritmo de dos golpes con el que molestaba a su hermano, repetido infinitamente como una burla.
El instinto primitivo de preservar su vida la llevó a bajarse del banquillo. Se detuvo antes de colocar el pie sobre el suelo. Las sombras se alargaban y arremolinaban sobre el con vida propia haciendo que la luz del sol perdiera su brillo, dejándola sin vía de escape.
La adrenalina se disparó en su sistema. Su mente le aulló que saliera del cuarto inmediatamente en el instante en que sus ojos conseguían atisbar como algo oscuro cubría la ventana casi por completo, lanzando un velo de oscuridad sobre la habitación, rasgado por pequeños e intermitentes haces de luz. Chillidos, gruñidos, alaridos y algo parecido a maullidos se sumaron a la violencia de los golpes, hiriéndole los tímpanos hasta casi destrozárselos con aquella turbulenta sinfonía.
Atónita Arimaz vio como algo envolvía a las sombras volviéndolas más oscuras y espesas. En la otra pared, junto a las demás estanterías, una masa amorfa de una oscuridad insondable salto al suelo y desapareció entre las sombras. Algo paso reptando cerca haciendo que el taburete se tambaleara. Arimaz hizo amago de agarrarse a algo más cuando ya era tarde, algo paso por debajo derribándola.
Cayó de costado, con fuerza sobre el suelo, frio y dolor acuciaron su piel, haciéndole pensar que había caído sobre hielo. La cosa que había volcado el taburete, repto por sobre sus piernas y el aturdimiento de la caída se disipo instantáneamente. Se removió inquieta hasta quedar de espalda pegada de regreso a la estantería. Las sombras hacia que la piel le hormigueara allí donde la alcanzaban. Eran algo más que sombras.
Arimaz reunía todo el coraje que tenía para lanzarse hacia la puerta cuando esta comenzó a sacudirse como si quisiera salirse de sus goznes, golpes retumbaron sobre la hoja de madera. Cualquier otra hubiera enloquecido chillando, pero ella sabía que los gritos no le salvarían la vida.
—¡Arimaz! ¡Abre! —escuchó el grito de su hermano desde el otro lado— ¡Arimaz!
Una ristra de palabras rebotaron en su mente confusa con unas voces distorsionadas, asquerosas y afiladas seguidas de una atronadora carcajada. No podía evitar sentir miedo. Entre estremecimientos y lágrimas que corrían por sus mejillas, un sollozo se escapó de su garganta mientras la tormenta de ruido a su alrededor la zarandeaba.
La estantería a la que estaba pegada se estremeció y un golpe la impacto de súbito en toda la espalda sacándole el aire de los pulmones. Desde las sombras que se arremolinaban en el suelo se levantó una nube de pequeños insectos que la cubrieron por completo. Manos y pies se desvivieron apartando frenéticamente el sin fin de alas que revoloteaban a su alrededor y se pegaban a su piel.  Esta vez sí quiso chillar pero se vio atrapada en una tos convulsa, sus pulmones pedían aire a gritos.
Cerró los ojos con fuerzas mientras se sacudía lo que parecía una colmena de animales en su brazo, el oxígeno a su alrededor parecía haberse esfumado. Arimaz daba bocanadas desesperadas cuando su mente quedó en blanco, limpia como la pared del fondo. El mundo a su alrededor se ralentizo, el aire entro en su cuerpo y abrió los ojos forzando su mirada a adaptarse rápidamente a la oscuridad. Los titilantes haces de luz la ayudaron a conseguir lo que quería, de nuevo se veía movida por algo que desconocía, un instinto febril casi salvaje se apodero de ella.
 Siguió como un cazador los movimientos de la masa amorfa que discurría entre las sombras, esquivando los insurrectos haces de luz. Entre la nube de lo que supo eran polillas, un par de ojos centellaron rojos como respuesta. El brillo era más horrible de lo que ella podía soportar. La sensación perdió fuerza tras observar el par de ojos, finalmente la abandono cuando otro golpe retumbo en la estantería a sus espaldas. Una imagen desdibujada le llego desde un lugar recóndito en su mente: una caja balanceándose en el borde una estantería. El tiempo recupero la velocidad con fuerza.
— ¡NO! — gritó impulsándose con los pies hacia un lado y cubriéndose la cabeza con los brazos.
El inconfundible sonido de un envase estrellándose contra el suelo junto al tintineo de varios objetos metálicos, alcanzaron sus oídos incluso por encima del conjunto de alaridos y gruñidos. Un agudo dolor segó su antebrazo izquierdo haciéndola reprimir un grito y una capa de líquido viscoso la salpico por completo. Arimaz quería desaparecer, hundirse dentro de sí misma, pero el tiempo volvió a viajar lento.
Un haz de luz penetro en la habitación como un rayo. Del otro lado, la cosa con ojos rojos se acercó y una mano huesuda, putrefacta; atravesó la luz cubierta por un halo fantasmal. Arimaz se arrimó lo más que pudo contra un hueco entre las estanterías. La mano se estiro indemne hacia su rostro. Ella lo aparto cuando esta tomaba un mechón de su cabello y lo apartaba detrás de su oreja. Cerró los ojos nuevamente y todo su cuerpo se contrajo a la espera del repugnante tacto de aquella cosa.
El aliento gélido que exhalo la cosa, descendió por su mejilla y nuca con un estremecimiento.  Unos labios articularon lentamente a su oído palabras que solo pudo escuchar en su mente, enredadas e ininteligibles. La voz hablo lento con palabras sosegadas, pausas premeditadas y un tono sonido asesino. «Voy a morir, moriré aquí y ahora —pensó— Seré la chica que murió tras pintar un maldito cuadro abstracto. Me convertiré en una leyenda urbana». Entonces, la voz y su portador se alejaron, sin más. Dejando la alarma enloquecida dentro de ella como una asquerosa advertencia.
El tiempo recuperó los segundos perdidos, volviendo a su infalible marcha. Las espesas sombras se agruparon de golpe en un rincón y con la misma velocidad se redujeron hasta desaparecer. La ruinosa sinfonía callo con un último graznido. La agraciada calma, sensación que nunca dura lo suficiente, se apodero de la estancia.
Entre la natural oscuridad, Arimaz contemplo como las líneas en el lienzo brillaban como neones radioactivas, igual que en su sueño. En ellas hallaría la normalidad, en ellas habría protección, en ellas tendría un completo control de sí misma. Comenzó a levantarse cuando el cristal de la ventana estallo hacia adentro.
8
La puerta cedió de pronto y el chico cayó más que entro en la habitación. Fue tan deprisa que tuvo que sujetarse al pomo de la puerta para no acabar estrellándose de bruces en el suelo. Sus ojos desconcertados trabaron mirada con los de su hermana, tiritando nerviosa en un rincón, segundos antes de que el cristal estallara. La lluvia de cristal los cubrió sin contemplación pero con poca fuerza. Luego el silencio y la tensión lucharon por apoderarse del ambiente.
Leafar bajo los brazos con los que se había protegido el rostro y se sacudió algunas esquirlas de vidrio del cabello mientras trataba de procesar lo que veía. Trozos de cristales se mezclaban con retazos de telas, carretes de estambres, tijeras y cortadores con diversas formas; en un charco de un color carmesí brillante a los pies de Arimaz que con esfuerzo se levantaba del suelo.
— ¿Qué demonios ocurrió aquí? —preguntó Leafar con voz queda ayudándola a mantenerse en pie— ¡Oh, Dios! ¡Estas herida!—dijo percatándose de la blusa de la chica empapada del líquido rojizo oscuro.
—Solo es pintura, no te preocupes —hablo Arimaz tratando de impregnarle la mayor serenidad posible a cada una de sus palabras—. Un frasco se estrelló al caerse de la caja —respondió a medias la pregunta señalando una caja de cartón en el suelo—¿Por qué gritabas como un enfermo?—inquirió cambiando de tema.
—Yo…— la pregunta lo tomo por sorpresa. Leafar no sabía muy qué responder— Yo estaba en el cuarto, acababa de despertar del sueño… —las palabras brotaron tan pronto como los sucesos llegaron a su mente— Escuche golpes sobre la puerta y pensé que eras tú gastándome una broma… así que… salí y escuche una risa… luego… las luces sea pagaron y los fusibles… y los golpes… Dios santo ¿Qué está sucediendo Arimaz?—pregunto con una nota de miedo en la voz.
—No lo sé y no quiero saberlo —respondió Arimaz rotundamente, dándole una mirada severa a Leafar—. Todo esto tiene que tener una explicación lógica—murmuro más para sí misma que para el chico.
—Nada de esto me parece lógico…
—Entonces, mientras menos sepamos mejor. Ahora, ve a buscar escoba y pala, por favor.
—Ya vuelvo —dijo el chico resignado tras escuchar el tono de su hermana que no dejaba lugar a contradicciones.
En cuanto Leafar cruzo la puerta, Arimaz estudio el corte que surcaba su antebrazo derecho, era bastante superficial y se camuflajeaba a la perfección con la pintura que la empapaba. Necesitaba salir rápido de aquel desastre, para que la herida no se infectara. Sorteó los trozos de cristales y recogió mecánicamente el material que se había salvado de la pintura carmesí, haciendo caso omiso del dolor. Su mente estaba bajo un estado de calma quebradiza, sabía lo que había visto, oído e incluso sentido, pero no quería creerlo. No podía, si lo creía, entonces seria cierto y no quería que lo fuera. La mentira era un gran mecanismo de defensa.
Reconoció que los daños eran mínimos, casi toda la pintura había caído sobre su vieja blusa y pocas salpicaduras habían ido a parar a las estanterías. El lienzo que hasta hace pocos segundos había visto brillar se mantenía firme sobre el caballete. La pintura antes tétrica, había tomado un matiz macabro. La isla escarchada del centro por la que luchaban alcanzar las líneas había desaparecido al ser atravesada por una tijera, dejando al lago oscuro como único fin posibles para aquellos camino que ahora supuraban gotas rojas como sangre. Se estremeció al pensar que aquello podría tener un significado. Sacó la tijera del lienzo y la deposito en la caja, apartando la vista de la pintura.
—Eso era lo que estabas pintando —dijo Leafar desde la puerta.
—Sí, no es nada especial —concedió Arimaz sin siquiera mirarlo, fingiéndolo mejor que pudo el sobresalto, pero al chico no se le escapo la reacción.
—Es un mapa —afirmo el chico. El miedo en su voz había sido barrido por algo que Arimaz no lograba identificar.
—No lo sé, solo lo pinte, no tiene ningún significado en realidad.
—Es un mapa —repitió con más firmeza— No sé cómo lo sé, pero es lo que es. Me pregunto a donde conducirá…
—No quiero saberlo, Li —corto Arimaz en tono de reproche—. Y tú tampoco deberías querer. Esa curiosidad te causara problemas algún día
—Ese día no parece ser hoy. ¿Qué ocurrió aquí? —dijo bruscamente. Le molestaba la actitud de Arimaz, algo había pasado, podía verlo en su estado nada normal y ella se empeñaba en hacer como si nada. Tal vez ella pueda vivir así pero yo no lo conseguiré, pensó mirándola fijamente, sondeando la mirada que ella le devolvía.
—Estaba pintado, bien, está pintando esa cosa —respondió la interpelada irritada señalando al lienzo—, y simplemente… No me gusto como quedo, me moleste y quise agarrar una tijera para cortar el lienzo… entonces… entonces…
— ¿Entonces qué? —presiono Leafar.
—No lo sé —hablo sacudiendo la cabeza—. Unos pájaros comenzaron a pelear del otro lado del cristal y todo se puso oscuro, me asuste, me caí, la caja se cayó. Fin del asunto.
—Estas mintiendo —sentencio Leafar y la certeza en su tono lo impresiono—. Si hasta estas temblando y para ser tú, eso es decir mucho. No, no me mires así, necesito saber que pasó aquí o comenzare a creer que he perdido la cordura —prosiguió perdiendo la calma—. Acabo de vivir el momento más aterrador de toda mi vida allá afuera. He despertado de un horrible sueño, trato de olvidarlo, pero no lo consigo. Salgo fuera y me encuentro con que escucho golpes y risas, las sigo hasta la cocina creyendo que eres tú y ¿adivina qué? ¡No había nadie! Estaba solo.
» Hace un frio de mil demonios, voy hacia los fusibles presintiendo ya que algo malo sucede, pero no es hasta que llego allí que las cosas se confirman. El aire acondicionado está apagado. Tarto de asimilar lo que sucede y el panel escupe vota como si se estuviera incendian, las luces pestañean y se apagan de pronto al estilo película de terror hollywoodiense. Corro hacia aquí, pero la puerta está trabada y tu estas chillando dentro como una desquiciada. Entro y no solo me recibe una explosión de cristales sino que también me encuentro contigo aterrada; porque podrás engañar a los demás, pero yo soy tú hermano. Y sé que estas tan asustada como yo. Así que discúlpame por querer saber qué rayos está pasando aquí —término respirando agitadamente. Lanzándole una mirada de desconcierto— ¿Acaso jugaste a la ouija o algo con tus amigas del colegio?
Arimaz se había quedado pasmada ante la actitud de su hermano, era la primera vez en su vida que lo escuchaba hablar de aquella forma. Nunca antes lo había visto tan nervioso. Algo en aquella actitud, en su mirada que pedía una explicación por más que ella no la tuviera, sumado a una vocecita en el fondo de su mente que le susurraba lo cobarde que era, lo que la llevo a hablar con calma y a alejar su propio miedo. Tenía que comportarse como una hermana mayor aunque no supiera hacerlo.
—Nunca en mi vida he tocado boberías como las tablas ouijas —dijo abatida señalando un taburete detrás del chico— Toma asiento sí.
Leafar miro dudosamente el taburete, suspiro y se sentó. Arimaz hizo igual recogiendo uno que se había volcado detrás de ella. Y tras buscar las palabras adecuadas conto todo lo que había pasado desde el momento en que había despertado. Le hablo de lo que recordaba del sueño y de cómo había deseado pintar su recuerdo, de las ansias que la inquietaban evitando que se pusiera en ello, de la insólita emoción que la había embargado una vez que había conseguido comenzar a pintar, del final chocante de la misma, de lo extraño y relajante que todo había parecido. Solo omitió la última parte de la llamada de Julián, su hermano no tenía por qué saber de sus complicaciones sentimentales.
Habló con voz sosegada, como si estuviera conversando del clima de los últimos días con un vecino. Leafar escuchaba todo con gran atención, a veces sus ojos se movían de un lugar a otro o murmuraba algo como encajando piezas en un rompecabezas. Arimaz disimuló lo mejor que pudo un escalofrío que se apodero de su cuerpo cuando explico lo que había sentido al ver la pintura terminada y la sensación de alarma que palpitaba en su piel cuando… paso lo que paso.
—Ahora que lo pienso, era esa misma sensación de advertencia lo que me impedía pintar desde un principio, solo que lo tome por euforia—dijo en tono mesurado—. Todo lo demás esta borroso, paso muy rápido y esa voz hablaba de una forma horrible. No quiero recordarlo.
—Tienes que recordarlo —indicó Leafar acercándose más a ella— Tal vez esa voz trataba de advertirte algo con lo que decía —interrogo guiado por un instinto que no sabía que poseía; en su interior se preguntó qué demonios estaba haciendo.
Arimaz lo miro incrédula durante un segundo, agito la cabeza resignada y  hablo:
—No lo tengo claro. Escuche su voz dos veces en mi mente pero no lo recuerdo con nitidez. La segunda vez lo sentí articular sus palabras a mi oído, pero juro que solo las escuche dentro de mi cabeza —Arimaz cerró los ojos un momento tratando de rememorar solo las palabras y no la voz de aquella cosa.
— ¿Qué dijo?—apremió Leafar impaciente.
—Estoy tratando de recordar, haz un poco de silencio. Fue hace un momento pero se siente como si hubiera estado…
—En un sueño —termino el chico—, conozco la sensación.
Arimaz asintió retorciéndose las manos.
—No estoy completamente segura —dijo tras otro instante de silencio—. Pero creo que lo primero que dijo fue solo una frase, algo de la biblia, estoy segura de ello, la he escuchado en el colegio. No consigo recordar cual fue, pero la grito como una burla. Luego dijo algo más largo pero no fue un aviso sino más como una afirmación, había mucha… seguridad en su voz. Era algo como: No puedes protegerlo, lo encontré. O algo así. Y entonces todo acabo, pensé que el cuarto estaría completamente destruido cuando termino pero está mejor de lo que creí.
No podrás protegerlo por siempre, ya lo he encontrado, es mío —rectifico Leafar perplejo. El color había desaparecido de su rostro—. Esto no puede ser siquiera posible —murmuró.
—Exactamente eso fue lo que dijo ¿Cómo lo sabes?
—Porque fue lo que dijo la criatura en mi sueño —dijo pasándose las manos por los cabellos exasperado—. Cuando regrese a la sala hace un momento vi que las luces estaban encendidas como si nada hubiera ocurrido, pero la caja de los fusibles había votado chispas como un cortocircuito.
—Lo siento, pero me cuesta creerte lo del sueño al menos —confeso Arimaz riendo y levantándose de su asiento, le había dado el tufo de algo que olía realmente mal.
—En mi pesadilla, la criatura también recito un versículo bíblico. Mira que estoy a la puerta y llamo. Es del evangelio de Mateo, lo vimos en los exámenes finales —Leafar reprimió una carcajada al ver como los ojos de su hermana se abrían de golpe—. Y luego cuando regresaste de la cocina sentí que estabas frustrada y también escuche algo en mi mente, no sé si eras tú pero la voz se reprendía diciendo: No debería ser un problema para cualquier persona decir…
Está bien, está bien, te creo —lo interrumpió Arimaz casi tapándole la boca—. No hay manera de que hayas podido saber eso —suspiro— Si no estamos locos, y no creo que yo lo este. ¿Que se supone que hagamos con lo que sabemos, Sherlock? No puedo pensar en algo lógico y me niego rotundamente a pensar en algo estrambótico como espíritus y ese tipo de cosas. No voy a ir con ningún cura o maestro holístico, mucho menos con un brujo charlatán para saber lo que paso. ¿Sabes qué? Ni si quiera quiero saber lo que paso. Solo… solo olvidémoslo ¿vale? Eso es lo más sensato
—En otras palabras lo más sensato es no hacer nada —refuto Leafar poniendo los ojos en blanco. Arimaz no quería pasar la página, quería arrancarla y prenderle fuego, hacer como si nada hubiera pasado—. Tal vez no sea tan descabellado después de todo —añadió meditabundo—. La gente nace, se desarrolla, vive y muere no es…
—Li, tienes quince años y yo tengo dieciséis —dijo Arimaz con toda la dulzura que pudo, pero se notaba que estaba cansada de hablar de ello—. No debemos pensar en la muerte y menos en otra especie de vida tenebrosa luego de esta, a menos que sea mientras vemos una película y ni siquiera esas me gustan. Incluso esa puede ser una explicación lógica, nuestros cerebros nos jugaron una mala pasada y… —comenzó a razonar en un último intento de bloquear todo el asunto.
—Ni si quiera lo intentes eso no explicaría nada y lo sabes. Solo estarías achacando las cosas y cuando eso suceden en las películas, las cosas solo empeoran —señalo Leafar ayudándola a recoger otros materiales
—Esto no es una película, Leafar, es la vida real —murmuro Arimaz.
—Por ahora creo que deberíamos limitarnos a acomodar este lugar y no decirle nada a mamá. —Leafar siguió hablando y recogiendo objetos ignorando el comentario de su hermana.
—Bueno, en eso te doy la razón, no quiero acabar internada en un manicomio —aseguro Arimaz—. Podremos recoger todo pero aún queda el problema del cristal.
— ¿No eres tú la única con la llave de esta habitación? Mama no tiene por qué saberlo… aun. Solo actúa con normalidad y ya, luego inventaremos algo.
— ¿Quién eres tú y que hiciste con mi hermano ejemplar el chico al que no le gusta mentir ni romper las reglas?
—No es necesario mentir, solo lo ocultaremos —aclaro Leafar encogiéndose de hombros.
—De acuerdo… Entonces, obviamente hay que comenzar deshaciéndonos de esto —indicó Arimaz  quitando el lienzo de su lugar. Leafar tenía una objeción acerca de ello, después de todo era un mapa y él quería saber de qué exactamente, pero se lo guardo para sí mismo.
Tan pronto hubo separado el cuadro del soporte por completo, Arimaz tuvo un repentino ataque de arcadas, lo soltó en el suelo. Sintió asco y miedo al ver de dónde provenía el olor empalagoso de carne podrida que lleno la habitación. Leafar aguanto la respiración y se inclinó para ver lo que había en el suelo.
Al parecer la pesadilla aún no acababa. Entre un charco de cristales yacían dos animales muertos. El primero era un ave con plumas grandes y negras, el pico puntiagudo estaba girado en un ángulo anormal y las alas estaban arrancadas de cuajo del cuerpo, el ojo negro sin vida parecía observar aun su entorno. El otro era un gato de espeso pelaje negro de donde sobresalían tres grandes cortadas, como zarpazos por donde se podían observar parte de las entrañas, la cabeza había dado un giro de ciento ochenta grados, Arimaz reconoció los ojos marrones que la observaban sin vida.
—Creo que ese es un cuervo, nuca había visto uno antes —dijo más asombrado que asqueado Li.
—Es él. El gato, es el mismo que vi desde la cocina —declaro Arimaz categórica, aparto la vista y añadió— Hay que sacarlos de aquí inmediatamente.
—Iré por unas bolsas y unas pinzas de jardinería, no te muevas de aquí —dijo perplejo Leafar.
—Apresúrate, por favor. Creo que ya vuelvo a sentir ésa desgraciada alarma sonando por toda mi piel —dijo Arimaz incapaz de ocultarlo.
Leafar la entendía completamente, sentía una fina corriente estática descendiendo por sus brazos. Giro para cruzar la puerta lo más rápido que podía pero se quedó de piedra al darse la vuelta ¿Cómo es que no lo habían visto antes?, se preguntó.
—No te gires —murmuro precavido, agarrando el brazo de Arimaz con fuerza. Irónicamente recordó como  una voz había susurrado las mismas palabras en su mente en medio del sueño.
—Dime que no son más animales muertos… ni vivos.
—No lo son, pero créeme cuando te digo que es peor, por mucho.
Leafar respirando hondo, Arimaz iba a morir en cuanto lo viera.
—Dime que es entonces de una buena vez —hablo la chica con hilo de voz. La alarma pulsando de nuevo en su piel—. Tarde o temprano tendré que verlo, así que habla.
Leafar se lo pensó dos veces antes de hablar. Arimaz tenía razón, no había forma en que pudiera esconderle algo como aquello—Es un cuadro —reveló en un susurro.
Inmediatamente Arimaz se dio la vuelta deshaciéndose del agarre de su hermano, lanzó un grito ahogado llevándose las manos a la boca. Ninguno de los dos hermanos era capaz de imaginar cómo sus vidas se verían envueltas en sombras desde aquella mañana —porque la oscuridad no solo se muestra de noche—, pero lo que Arimaz vio era un insuperable adelanto de ello.
Ninguno de los dos quiso decirlo, pero ambos lo sabían, era una advertencia. La sensación de alarma se desvaneció cuando Arimaz lo vio, como algo que ya no se puede evitar, a pesar de ser solo un mal presagio.
Recostado de la pared, siendo el primero de un conjunto de cuadros que apoyaban tanto de la pared como de la estantería cercana, estaba el retrato familiar que Julieth quería colocar en la sala. Tres tijeras atravesaban a la perfección los rostros de Arimaz, Leafar y su madre, todos rodeados por ristras de pintura carmesí.


Siguiente: Capitulo 2 — Heridas que no cierran



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Les dejo un enorme abrazo y recuerden que cuando el mundo trate de acallarlos, solo deben desbordar el silencio con sueños... 

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